lunes, 11 de julio de 2011

Una mujer importante en mi vida.

Cada libro tiene algo especial, unas palabras, un olor o un sonido siempre  se oculta entre sus páginas. A veces, cuando los abres, te dan de lleno en la cara, otras, apenas consigues adivinarlos, y sólo después de mucho pensarlo los identificas con algún recuerdo rescatado del fondo de ese lugar al que va todo lo que se olvida. También hay muchos que no te trasmiten absolutamente nada. Están aquellos a los que se les da demasiada publicidad, y que no dejan de ser tinta sobre papel , también los aburridos, los que te hacen llorar, o los que te cuestan una noche sin dormir sólo para ver que ocurre con tal personaje. Pero hay algo en los que todos coinciden: cuentan una historia.

El que yo tenía entre las manos no contaba una historia, contaba mucho más... contaba una vida, una corta, pero vida al fin y al cabo. Una vida que yo no había sabido aceptar tal y como era, una vida que, por mucho que yo quisiera no iba a volver.
 Una frase estúpida, pero inusualmente apropiada se me vino a la cabeza; es verdad, uno no sabe lo que tiene hasta que lo pierde. Y lo que más duele de todo es perder una hija.

Era 6 de abril de 2010. Y todo había acabado, pero no de la forma que me habría gustado. Yo había pensado en... un "lo siento, lo he pensado mejor y he dicho una barbaridad" o incluso un "me he equivocado, quiero que todo vuelva a ser como antes", pero no así, no en un lúgubre cuarto, en la parte de atrás del cementerio, sentada, rodeada de caras conocidas que jamás veía y  que sólo estaban allí por cumplir. Y todo por tratarse de algo que no sería calificado de "normal" por la sociedad. Y por mi misma.

Una mano se posó en mi hombro, y con toda la delicadeza que pudo me murmuró tras la oreja.
-Le habría gustado que lo leyeras.
Sólo entonces recordé lo que sujetaba. Bajé la mirada y observé la cubierta raída del diario de mi hija. Retiré el polvo con la yema de los dedos y lo abrí.

Desaparecieron las paredes blancas, la bombilla aislada que alumbraba la sala, el enorme crucifijo de la pared, las personas, los sonidos, los olores... y sólo quedamos mi hija y yo. En un último encuentro, antes de llegar el momento que irremediablemente se acercaba. El adiós.
Su escritura torcida, turbada, hizo que el corazón me quedase en un puño. Por alguna extraña razón ahora la sentía mas cerca. Comencé a pasar las hojas del grueso tomo. Aún recordaba haberle regalado ése mismo cuaderno forrado muchos años atrás, y me resultaba irónico que fuese ése el que hubiese elegido ella para recoger todo lo sentía. Entornando los ojos comencé a leer  lo que me parecía un mensaje del más allá.
Las emociones de una madre no son fáciles de reprimir, pero hice todo los esfuerzos que pude para no llorar al ver lo que había escrito mi pequeña con tan sólo siete años.

"Hoi la seño nos ha puesto un examen era difícil pero me e copiado de eva  luego la seño me a pillado y luego me a dicho que valla a jugar al patio con mis amigos y que soy un niño muy guapo yo le e dicho que no pero no me a echo caso..."

Seguí  leyendo con un nudo en la garganta, y con pasar un par de páginas adelanté varios años en su vida.

"Hoy lo he pasado fatal. Luis se ha reído de mí porque le he contado que nunca me he hecho una paja. No sé, no me gusta imaginármelo. Para colmo he cateado mates..."

Avancé más, haciendo esfuerzos.

"Han convocado un concurso de literatura en el instituto. Son tan originales...  hay que escribir sobre una mujer que sea o que haya sido importante en mi vida y la verdad es que conozco una, y muy bien, también me gusta escribir pero... ¿Me arriesgo?..."

Y un poco más hasta unos días antes de que decidiese tragarse dos botes de pastillas y media botella de ginebra.

"Lo voy a hacer, siempre puedo decir que no estaba escribiendo sobre mí que era un relato ficticio... lo veo genial, ¿Qué mujer podría ser más importante para mí que yo misma? Si, me llamo Marcos, pero no me siento como tal. NO es mi nombre. No DEBERÍA ser mi nombre. Soy una mujer. Soy consciente de ello en todo  momento, desde que tengo uso de razón... pero sé que no es tan sencillo. Hasta ahora jamás me había atrevido a ponerlo por escrito...  Y me duele callarlo. Me gustaría poder gritarlo poder salir a la calle subir a la torre más alta y gritarlo, alto, fuerte. Fuera. O por lo menos a mamá..."

Por primera vez el dolor fue más fuerte que yo. Las lágrimas rompieron la barrera de mi orgullo y corrieron repentinamente libres por mis mejillas.
Mi hija, la que yo había estado llamando Marcos durante 14 años y 65 días tuvo el valor de decírmelo. Confió en mí. Y yo la decepcioné. No la creí, pensé que era un capricho adolescente, y casi me reí de ella. Yo la empujé a hacer lo que hizo, yo, como parte de la maldita y ciega sociedad. Porque todos formamos parte de ella, y todos creemos que reaccionaríamos de diferente forma ante cualquier caso como el de ella, pero no. La gran mayoría de nosotros no pensaría en darle un abrazo y las gracias por haberse abierto a nosotros. No. La gran mayoría pensaría en darle un psicólogo y un bote de pastillas. Me levanté. Si ya  había dejado  a mi hija tirada una vez no lo iba a hacer una segunda. Lo iba a reconocer, a afirmar hasta quedarme sin aliento, a gritarlo en su nombre si hacía falta.

Mi hijo Marcos podía ser la mujer más importante en mi vida. Y de hecho lo era. Se lo merecía.

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